viernes, 16 de mayo de 2008

Dedicado a los que se van

Pablo Neruda

Débil del alba


El día de los desventurados, el día pálido asoma

con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,

sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:

es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.


Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,

de tantas cavilaciones en vano, de tantos parajes terrestres

en donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,

de tanta forma aguda que se defendía.


Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso,

entre el sabor creciente, poniendo el oído

en la pura circulación, en el aumento,

cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba,

a lo que surge vestido de cadenas y claveles,

yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.


Nada hay de precipitado ni de alegre, ni de forma orgullosa,

todo aparece haciéndose con evidente pobreza,

la luz de la tierra sale de sus párpados

no como la campanada, sino más bien como las lágrimas:

el tejido del día, su lienzo débil,

sirve para una venda de enfermos, sirve para hacer señas

en una despedida, detrás de la ausencia:

es el color que sólo quiere reemplazar,

cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.


Estoy solo entre materias desvencijadas,

la lluvia cae sobre mí, y se me parece,

se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,

rechazada al caer, y sin forma obstinada.
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